El día del eclipse lunar había arreglado con Fabi para encontrarnos. Era miércoles y, aunque nos veríamos el jueves en el instituto, le dije que pasaba por su casa a las ocho y media.
Cuando llegué, toqué el 1° A pero ella no contestó. Carlos, el portero, estaba charlando en la puerta con un vecino y me hizo pasar.
Subí por la escalera al primer piso porque el edificio de Fabi no tiene ascensor. Enseguida vi la puerta del 1°B entreabierta. Por la rendija alcancé a ver que había sangre en el piso y el olor nauseabundo que salía de adentro anuló el resto de mis sentidos. Cerré los ojos.
Cuando los abrí, habían transcurrido dos horas y Fabi seguía sin aparecer. Sentía un inexplicable cansancio en todo el cuerpo, pero sobre todo, un temor extraño, interior y súbito. El miedo se me trepaba desde la punta de los dedos, subiendo por mis piernas como un reptil, hasta enroscarse en el cuello y dejarme sin aire. Pensé que lo mejor sería regresar a casa. Cuando viera a Fabi al día siguiente, me contaría lo que había sucedido. Sí. Iba a ser mejor. Huí.
En la puerta tuve la imprudencia de tropezar y llamar estúpidamente la atención. Casi derribo a Carlos quien, con voz temblona, me preguntó si Fabi estaba en su casa. Sin mirarlo le dije que no y seguí caminando hasta mi casa. Estaba muda. Fabi. Ella sabía. Ella me iba a contar al día siguiente lo que había visto y no recordaba.
(escrito por Loli)
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