miércoles, 1 de octubre de 2008

Sólo dos líneas

Temblando ante el peso de la birome entre mis debilitadas manos escribí esas líneas a oscuras. No había forma de saber si tenía tinta, si el papel estaba en blanco o tenía garabatos, ni si se entendería el mensaje, pero no había tiempo que perder: se había abierto una brecha entre los mundos y era el momento de actuar jugándose todo.

Fueron sólo dos líneas. Cuando terminé, me apresuré y, antes de que el pánico se apoderara de mí, hice un avioncito con papel y deslicé el texto por el hueco.

En silencio pude ver cómo se alejaba volando en círculos serpenteantes.

¿Recibiría mi mensaje? ¿Podría leerlo? ¿Se haría eco del mismo? ¿Lograría mi liberación? No había forma de saberlo.

Bueno. Ya estaba hecho, no había vuelta atrás. Ese acto había abierto un nuevo curso en mi historia. Ahora sólo quedaba esperar su respuesta. La parte más difícil de todo, cuando uno depende de otro y de su reacción ante un par de líneas.

Los minutos se volvieron horas y las horas, días. No sentía sueño, ni hambre, sólo estaba esperando una respuesta.

De repente, se escuchó un estruendo, seguido por un intenso silencio. Sentí una brisa que iluminó el ambiente y se transformó en una especie de tornado, las cosas más livianas se elevaron, mi camisón se levantó dejando ver mis débiles piernas que apenas aguantaban el peso de lo que quedaba de mí y todo comenzó a girar alrededor de mi cuerpo. Papeles, ropa, sábanas, cuadros, almohadas, el crucifijo, sillas, libros, todo se elevaba en el aire y giraba descontroladamente. Finalmente me uní a esa danza llena de luces de colores.

Súbitamente, todo se aquietó y caímos al suelo. Exhausta, me intentaba acomodar e incorporar, cuando sentí cómo el agujero estaba absorbiéndolo todo. Me aferré a la baranda de la cama pero el poder de succión era tan fuerte que no me pude resistir y me llevó.
Entonces me sentí volar, serpenteando por un aire espeso que me recordaba cuando flotaba en una pileta.

Suavemente, fui depositada en el suelo. Mis pies sintieron el pasto humedecido por el rocío. Ya no me costaba mantenerme en pie. Mi pedido había llegado. Él estaba allí. Con su gran bastón de madera, su larga barba blanca que le llegaba al ombligo y una sonrisa que transmitía una paz inconmensurable.

(escrito por Ana Paula Álvarez)