martes, 29 de septiembre de 2009

Palabras mágicas

Trato de recordar como fue que comenzó todo. Busco en la serpenteante maraña de recuerdos algo que me diga como llegué a aquí, pero no lo logro. A veces pienso que siempre fue así, pero algo me dice que no.

Aquel primer día, había sido un día como cualquier otro, soleado, con una refrescante brisa que acariciaba el paisaje. Me hallaba en un paraje donde nunca antes había estado pero que no por ello era desconocido para mí. Me agaché para tomar una flor muy bonita, y en cuanto la toqué desapareció de mis manos. Miré por unos minutos extrañada mis manos vacías y las moví hacia adelante para agarrar otra flor que había más allá y, otra vez no estaban allí, como si se hubiesen escapado a través de los huecos que se forman entre los dedos. Sacudí la cabeza para despejarme. Me incliné a la derecha, para cortar una tercera flor que se desvaneció con la misma rapidez que las anteriores. Miré el cielo y el radiante sol que me enceguecía y pensé que el calor me estaba afectando. Con un pañuelo sequé una gota de sudor que me surcaba la frente y bajaba frenéticamente por mi mejilla.

Para poder pararme me apoyé en una roca y ¡zas! Mi brazo cedió y mi mentón se incrustó en el suelo. Luego de escupir un poco de tierra me incorporé. La piedra ya no estaba allí. Otra gota recorrió mi rostro, pero ya no sé si era sólo producto de la temperatura reinante. Busqué la protección de un árbol y me apoyé en él para aminorar el peso del calor del día y los acontecimientos que se estaban desarrollando, y ¡auch! Otra vez al piso. Ni la sombra daba fe de la existencia derretida del árbol.

Todo lo que tocaba se diluía en mis manos. Entonces comencé una danza de norte a sur, de este a oeste, donde todo lo que tocaba desaparecía a mi paso. Al principio fue divertido, luego anocheció y todo cambió. Tuve hambre, sed y frío. Todas necesidades que mi nueva habilidad no contemplaban.

Fue entonces cuando conocí a Igor, compañero de infortunios y nuevo amigo, que hacía horas trataba de encontrar una salida. Él me contó que antes había sido un gordito simpático de pelo corto. Pero ahora, desde que llegó a este lugar es alto, flaco y de pelo largo; como si una máquina lo hubiese tomado de cada extremo de su cuerpo y lo hubiese estirado. A decir verdad, cada vez que lo miro, no hago otra cosa que avalar sus pensamientos, ya que eso es lo que parece le ha pasado.

El problema de Igor es otro. Todo lo que toca se aleja de él como si una fuerza cósmica lo repeliera en un efecto contrario al imán. De ese mismo modo, él tampoco puede ni comer, ni beber, ni abrigarse.

Apoyándose en las horas que me lleva de ventaja, Igor me dice:

- Todo esto es producto de un hechizo y para romperlo debemos buscar a la maga que habita en tierras fértiles desde donde fluyen todos los ríos y comienzan los sueños.

- Ok, no perdamos más tiempo. Seguime. A un par de metros al norte vi un arroyo. Si caminamos río arriba deberíamos ver a la maga.

Corrimos hacia el arroyo y luego lo seguimos hasta el lugar donde nacen todos los ríos sin encontrar nada allí. Nos desmoronamos sobre el fértil pasto, exhaustos y decepcionados pues la maga no estaba allí.

Súbitamente Igor se incorporó, su rostro se iluminó, sonrió y dijo:

- ¡Ya sé! Cuando me dijeron que la respuesta está en tierras fértiles de donde todos los ríos fluyen no lo decían en una forma literal, sino metafórica. Es en nuestra infancia donde debemos buscar las palabras mágicas que nos sacaran de acá.., y son: “a mí me rebota y a vos te explota”.

Y estaba otra vez en la esquina de casa. Como todas las mañanas por la vereda de enfrente pasaba el gordito de segundo del que todos nos burlábamos como si fuese culpable de su aspecto. Pero esta vez yo no le pude decir nada, después de todo él había descubierto las palabras mágicas.